sábado, 19 de julio de 2014

Comentario sobre (ella) por el escritor Ronald Arquíñigo Vidal


El escritor Ronald Arquíñigo ha tenido la generosidad de escribir un lúcido e inteligente comentario sobre mi novela. Los invito a leerlo:

(ELLA)
(Borrador editores, 2012 y 2014)
Escribe Ronald Arquíñigo Vidal

Jennifer Thorndike nos conduce por una historia cuyo interés reside en el desasosiego y en la nula esperanza que abarca la narración hasta desbordar en el ánimo del lector.

A través del relato que nos ofrece su protagonista, la novela nos remite al síntoma enfermo de un hipocondriaco, pues el universo de la casa donde ésta vive, parece inundando de otras enfermedades que irrumpen en la condición anímica de la mujer y la obligan a manifestar su dolor. Esta historia (en apariencia reducida a dos mujeres), sufre la alteración de los sentimientos, y es aquí donde se contaminan los afectos, signada además por un desenlace estremecedor: no hay pasado que se olvide, sino que éste se reconstruye hasta contaminar el presente.

La fragmentación del relato se vincula a esa relación fracturada entre madre e hija; en este caso una mujer para quien los atributos más próximos que puede encontrar en su madre es esa enfermedad que, a pesar de las consecuencias nefastas que le produce (como sus neurosis y sus arrebatos insanos) parece vitalizar su existencia, ya que la vejez que arquea su vida se le va de las manos hasta rozar dolorosamente el siglo, muy a pesar de la protagonista que no es precisamente una jovencita (tiene más de sesenta años). Frente a esta muerte tan anhelada, la hija ve demorar lentamente su vida subyugada por el sufrimiento y la nula esperanza de acariciar por fin la calma de una existencia pugnada por la violencia y la rabia de tener una progenitora con más demonios en la cabeza que virtudes en los gestos. La novela relata esa relación difícil aquejada también por los miedos de quien nos cuenta su historia, y que se manifiesta en cada capítulo remitiéndonos a sentimientos nocivos como el odio, el resentimiento y esa suerte de maldición que lanza su protagonista entre líneas.

En alguna entrevista su autora confesó que cada vez que culminaba la redacción de cada capítulo, terminaba exhausta. Lo mismo experimenta el lector, pues hay una sensación de dolor, de agotamiento, de una obsesiva impresión de que el infierno brota de sus páginas como una humareda rancia hasta quitarnos el oxígeno. La narración está cargada por esa sensación de malestar, de insolencia, de rabia, además de una certeza de que la vida podría ser mejor si la anciana enferma se va al infierno de una buena vez. La huida del hermano de casa, además, vendría acompañada de la sevicia en el trato que la madre impone a su hija para hacerla pagar una culpa que le atribuye gratuitamente. En suma, una familia descompuesta, retorcida, donde lo que destaca es la aspiración de la hija a que su madre se muera, y de ésta de devolver un daño a sus hijos haciéndoles padecer el sufrimiento que la domina. Así, ambos, criaturas del dolor contemporáneo, usando una frase de Ricardo Vírhuez, se convertirán en herederos del dolor y víctimas heroicas de sus delirios.
La madre desbarata todo intento de su hija por cobrar un esfuerzo para la superación de sus miedos a partir de sus intentos de fuga. Sin embargo ella, la madre, se llevará consigo la paz definitiva de una guerra absurda, como si arrancara un geranio de una maceta. Al final el último héroe vivo, acaso, sea el lector quien sobrevive a esta novela genial escrita con un dolor poderoso como contundente. Esta novela se quedará entre nosotros para alojarse en nuestra memoria como una presencia física punzante como invasiva.

Hello, Goodbye