Dicen que competir es algo necesario. Que es la única manera de sacar lo mejor de uno mismo. Que así es porque si no te quedas atrás y no conseguirás nada. Pero a veces la competencia se convierte en un monstruo capaz de arrasar con todos y con todo. Cuando el escritor mexicano Francisco Laguna-Correa me pidió que escriba un cuento sobre mi experiencia en la academia para su antología Casa de Locos, rápidamente se me ocurrió escribir sobre esa competencia aterradora que hace que los alumnos se enfermen, tengan cambios físicos, coman muy poco, se intoxiquen con café, red bull o alcohol y algunos tomen la terrible decisión de terminar con su vida. Mi cuento “Sobrevivientes" trata sobre la competencia académica o la competencia en cualquier disciplina, del dolor y la tristeza de competir para destruir y destruirte sin que te des cuenta hasta que ya es muy tarde. Aquí un fragmento. Y una foto con un cartel muy irónico que dice I love Philly, the city of brotherly love. Gracias Francisco por invitarme a participar en ella.
Y si quieren comprar la antología (que está buenísima), dejo el link en Amazon: http://www.amazon.com/Casa-locos-narradores-latinoamericanos-Latinoamericana/dp/0692342818
Y aquí, un fragmento de mi cuento:
"Entonces fui al hospital. Alessa se sorprendió al verme. Quiso cubrirse con una almohada, pero le dije que no lo haga. Que a todos nos pasa, que así es. Que también he perdido varios kilos y me han salido estas ojeras que ya no tienen arreglo. Que he envejecido, que estas arrugas y canas no son normales para mi edad. Que el agobio es inevitable porque escribir una tesis no es fácil. Que tengo gastritis y se me cae el pelo. Que muchas veces he tomado tanta cerveza que me he quedado privada en la cama. Para olvidar todo lo que tengo que hacer, para no sentirme estresada, para no sentirme mal con una clase en la que me fue mal. Este sistema es una basura, ¿entiendes? Entonces me callé, pensé que me había expuesto demasiado. Pero ella me miró con los ojos enrojecidos. Un par de lágrimas cayeron en las sábanas, otras encima de esa bata que la clasificaba de enferma o loca. No tenía que explicarme nada, yo entendía. También la perdonaba. Le acerqué un pañuelo, pero no pude contenerme. Y entonces las dos nos abrazamos, y empezamos a llorar sin parar".
Hello, Goodbye